Hoy primer día de trabajo. Ya sabéis, síndrome postvacacional, o como yo me refiero: que fácil es acostumbrarse a lo bueno y qué difícil dejarlo.
Mi amiga Sarah me invitó a su boda, en su patria, en la República Dominicana. Hacía diez años que nos no veíamos y ha sido fantástico el reencuentro. Conocimos al novio, a los amigos, a la familia, y nos sentimos acogidos como en casa.
Las vacaciones en su tierra han sido increíbles. Mi prima, que venía conmigo, se aseguró de que no nos quedásemos encerrados en uno de esos paradisiacos hoteles de Punta Cana, algo que no sé cómo agradecérselo suficiente, pero que visto el hotel al que fuimos, IFA Villas Bávaro, tampoco hubiera sido un mal plan, porque era una delicia.
Hemos visitado la capital, Santo Domingo, que nos encantó la Zona Colonial, y que fue nuestro puerto de entrada al país, y del cual tuvimos nuestro primer contacto con la gente caribeña. Pero también del cual tenemos un mal trago porque el último día, cuando nos quedaban 24 horas para tomar el avión de regreso a España, nos atracaron, con el subsiguiente problema al llevarse nuestros pasaportes: Policía (mejor no hablar, ya lo narraré, creo) y Consulado. Pero que resolvimos a tiempo para no perder el vuelo.
Sobrevolamos la isla en avioneta desde Santo Domingo a Punta Cana con escala en El Portillo (Samaná). Si a pie la isla impresiona, desde el aire aún más. Verde como no había visto nunca, vegetación por todos lados, se nota que el clima hace crecer con exuberancia las plantas. En nuestra estancia en Punta Cana vagueamos, pero un día nos fuimos de excursión a la isla Saona en catamarán. Creo que de lo mejor del viaje. Paramos con el catamarán en medio del mar a unos 300 metros de la costa en Las Piscinas, un banco de arena donde el agua no cubre y vimos (y tocamos) estrellas marinas enormes) por cierto, no os lo he dicho, pero el agua estaba a 29º-30º centígrados, vamos que jamás te daba la sensación de me están clavando cuchillos en el cuerpo que caracterizan a las playas atlánticas y mediterraneas que suelo ir en nuestra península Ibérica.
A Puerto Plata también fuimos en avioneta, este fue menos espectacular porque salimos al anochecer, entonces vimos poco paisaje, aún así, muy confortable, mejor que el larguísimo trayecto que hubiera sido ir en autobús. Allá nos recibió Sarah con su amiga Melody, y aún no podía creerme que fuera verdad estar allí. Estábamos alojados en el mismo hotel que el resto de invitados que se tuvieron que desplazar para la boda, la mayoría venían de USA.
El primer día hicimos snorkeling en un arrecife en la playa de Sosúa, pena que nos robasen la cámara con las fotos en Santo Domingo. También aprendí un poco a jugar al Poker con Ken (el novio) y los demás amigos, mientras mi prima se iba con Sarah y las amigas de despedida de soltera. Comimos un plato típico dominicano, el Sancocho, que si tenéis la suerte de que os lo prepare la mamá de Fanny no os arrepentiréis de probarlo. Ah, también subimos en teleférico al Monte Isabel de Torres (800 metros), donde Sarah demostró su talento a la hora de negociar con los operadores turísticos (que querían cobrarnos el doble)
Por último, regresamos a Santo Domingo en autobús, que ríete de los autobuses Madrid-Sevilla, muy confortable. Me pasé el trayecto entero dormido. XDD Pena perder las fotos, porque algunas eran preciosas. Habrá que volver a ir.
lunes, agosto 18, 2008
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